El placer de nuestra mutua compañía (texto en español y portugués)

 

El retrato que miraba con detenimiento me mostraba la imagen de tres niños con edades entre tres, seis y nueve años respectivamente. Al levantar la mirada veía a esos mismos niños, ahora jóvenes adultos, sentados delante mío conversando animadamente con altura y características de madurez física que para un desconocido le podría resultar difícil saber quién es el primogénito o el menor de esos tres hermanos. Nuestro hijo mayor mira con preocupación a su papá con quien comparte la misma profesión y le pregunta por su salud. Los dos menores se suman a este interés todos compartiendo una común preocupación por el bienestar de su papá. Vuelvo a mirar la foto y veo una joven de pelo negro delgada rodeada de sus hijos pequeños, diferente, de cierta forma, de la imagen que el espejo me devuelve hoy en día. Los momentos que tenemos en familia, son frecuentes, aunque no diarios. Los dos mayores cursan la universidad y viven en la ciudad lo que hace que esos momentos los valoremos como un tesoro. El otro día dialogando con uno de ellos, pensábamos en cuanto verlos era valioso para nosotros, y que esperábamos también que esa necesidad fuese recíproca. En la sociedad en la que crecí es común que los padres creen una dependencia emocional y muchas veces económica de los hijos hacia ellos. Creo que cualquier dependencia no es necesariamente sinónimo de amor. En mi corazón guardo un sincero deseo que en libertad y sin ningún tipo de necesidad material, sino solo por la necesidad de un encuentro personal de cada uno de ellos con nosotros, siempre exista el deseo común de estos encuentros. Principalmente cuando estemos debilitados y ancianos, sin mucho que ofrecer… pudiendo como familia… disfrutar del placer de nuestra mutua compañía…

O prazer da nossa companhia mútua

O retrato que olhei cuidadosamente me mostrou a imagem de três crianças com idades entre três, seis e nove anos, respectivamente. Quando olhei para o lado, vi aquelas mesmas crianças, agora jovens adultos, sentadas à minha frente, conversando animadamente com alturas e características de maturidade física que seria difícil para um estranho saber quem é o primogênito ou o caçula daqueles três irmãos.
Nosso filho mais velho olha preocupado para o pai, com quem divide a mesma profissão, e pergunta sobre sua saúde. Os dois filhos juntam-se a este interesse, todos partilhando uma preocupação comum com o bem-estar do pai.
Olho para a foto novamente e vejo uma jovem magra de cabelos pretos cercada por seus filhos pequenos, diferente, de certa forma, da imagem que o espelho me reflete hoje.
Os momentos que temos como família são frequentes, embora não diários. Nossos dois filhos mais velhos estão na faculdade e moram na cidade, o que torna esses momentos um verdadeiro tesouro.
Outro dia, conversando com um deles, estávamos pensando em como era valioso vê-los para nós pais, e que também esperávamos que essa necessidade fosse recíproca.
Na sociedade em que cresci, é comum que os pais criem uma dependência emocional e, muitas vezes, econômica dos filhos em relação a eles. Acredito que qualquer dependência não é necessariamente sinônimo de amor.
No meu coração desejo sinceramente que, em liberdade e sem qualquer tipo de necessidade material, mas apenas com a necessidade sincera de um encontro pessoal com nós pais, haja sempre um desejo comum por esses encontros. Principalmente quando estejamos enfraquecidos e velhos, sem muito a oferecer... somente podendo em família... desfrutar do prazer da nossa companhia mútua...


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