Sala de Espera (en español y portugués)
Foto El despertador parecía gritar debido al toque de una campana estridentemente aguda. Era imposible no despertarse con la bulla de esa alarma, si consideramos, que el astro rey aún no había tomado posesión de sus dominios en ese horario matutino. Mi abuelita, después de algunos minutos de ese toque tan particular, salía corriendo básicamente arreglada, con su infaltable cartera negra, diciéndole a algún nieto que no había logrado retomar el sueño, que saldría rápido y en “silencio” porque tenía que sacar con urgencia su cita en el hospital (*). Esas madrugadas eran una rutina que se repetía en periodos de tiempo regulares ya que, sacar cita en el seguro social, ir a sus consultas con el geriatra, el endocrinólogo, o ir a cobrar su pensión, eran actividades que mi abuelita cumplía rigurosamente. Yo siempre la observaba y me preguntaba si para lo que iba a hacer era necesario el esfuerzo y el tremendo sacrificio de madrugar. El argumento que me daba era siempre el mismo y no me