El mar y yo (cuento en español y portugués)
Sentir el eco sordo del mar retirándose de la piedras pulidas y redondas del balneario de La Punta es el recuerdo más antiguo que tengo de mi contacto con el mar. La foto de una niñita cachetona, china de risa, con un sombrerito de sol, es una prueba permanente de ese recuerdo. Caminar encima de esas piedras, sin zapatos, era una terapia para los que teníamos los pies planos casi semejante a una tortura medieval, pero, para quien no quería incomodarse, usar unas antiestéticas zapatillas era la mejor solución a dicho problema. Otro recuerdo me viene a la memoria, el de ir por el circuito de playas, pasando por Barranco hasta llegar a Chorrillos, a una reservada y escondida playa en la época, llamada La Herradura. La Herradura era una playa de arena gris cenizo por causa de la cantidad de plomo que hay en ella. Hacer castillos de arena y caminar sin zapatos de la mano de mi papá me parecía la coronación perfecta de cualquier final de semana familiar.
Regresar a la casa pasando de carro por un túnel oscuro de piedra que nos introducía al distrito de Chorrillos, era siempre el final de esos días perfectos.
Existen otros balnearios limeños que no están tan presente en mi memoria como estos… Muchos recuerdos de mi infancia tuvieron como paño de fondo el mar… Mi mamá tenía una fuerte atracción por esa inmensidad azul (o verde en el caso del mar de Lima), así que hacer un paseo nocturno en La Punta, o ir a pasear a Miraflores, fueron experiencias de meditación que ambas compartíamos entre mi infancia y mi juventud. Pero es justo este mar que tanto atractivo despierta en mí y que ahora que no lo tengo cerca, tanto extraño, el que siempre me desafió con su grandiosidad. Cuando uno es joven vive la vida desafiando situaciones que muchas veces pueden ser atractivas y seductoras como el mar. Yo aprendí con la experiencia que es mejor vivir estas situaciones con cuidado y respeto. El “respeto” por el mar, lo sentí después que un día ingenuamente me aventuré a apartarme de la orilla en medio de un mar agitado. Las olas venían una a una sin parar, y a pesar de que sabía nadar, fue el cansancio quien acabó colocando en mi cerebro la señal de alerta de que estaba en peligro. Esa vivencia, que me sirvió para madurar y ser más cuidadosa con algunas situaciones peligrosas, tuvo un final feliz por la oportuna intervención de una persona que con sensibilidad notó mi desespero. El mar hace parte de mi historia y de mi vida, era uno de los límites geográficos de mi ciudad natal. Era por donde el día llegaba al ocaso cuando el sol se ocultaba creando un eje de luz reflejado en sus aguas, coloreando el cielo gris de Lima, con una paleta de lilas y naranjas que no he visto en ningún otro lugar. Este mar hace parte de mi historia, unía a mi familia, nos invitaba a la reflexión y me hizo chocarme con la realidad. Puedo afirmar que el mar hace parte de esos sencillos tesoros que son como un escenario divino que uno tiene en la vida y que siempre hay que valorar…
(Foto: rutachalaca.home.blog)
Lindooooo
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