Una historia inspiradora en medio de la tortura ideológica (en español y portugués)
Era un domingo común, tan común como cualquier otro, donde el calor, el frío, el sol o las nubes en el cielo, sería irrelevante detallar. Sin embargo, lo que hacía ese día especial era la compañía de nuestros amigos que, con mucho cariño, nos habían invitado a almorzar en su casa.
Nuestros hijos corrían en el jardín divirtiéndose mientras nosotros, los adultos, nos entreteníamos contando anécdotas en la mesa, disfrutando de un delicioso almuerzo y de una copa de vino.
Cuando la tarde fue transcurriendo, llegó un poco atrasado, un invitado muy querido por nuestros anfitriones pero que mi esposo y yo no conocíamos.
El atraso se debía a que el invitado, era un sacerdote y su compromiso parroquial de celebrar misa al mediodía, le había impedido llegar en el horario de almuerzo.
Con mucha gentileza Lucho y yo nos levantamos para saludarlo notando que él tenía una particularidad, era chino.
Seguramente quienes me lean se reirán de mi comentario diciéndome que existen muchos sacerdotes chinos, así como de todas las otras etnias y que eso no tiene nada de particular.
Sí, amigos lo sé, así que por favor no me malinterpreten, cuando dije que era chino me estaba refiriendo a su nacionalidad.
¡Ah! Pero ¿cómo así? ¡Si la China es comunistas! pensarán…
¡Exactamente! Es ahí a donde quiero llegar.
¡Ah entendimos! me dirán, nos vas a contar la inspiradora historia del padrecito chino y su vocación, en una realidad tan difícil como esa.
Fíjense que no. No es esa la historia que les quiero contar hoy y si la de Lee, una persona que conocí a través de la narrativa de este sacerdote y que compartiré a continuación…
Eran tiempos difíciles, duros para el cuerpo, pero principalmente para el espíritu.
Mi mamá era niña y vivía en un pequeño pueblo muy distante de cualquier ciudad.
Ella pertenecía a una familia católica, al igual que la mayoría de sus vecinos, lo cual ya no era frecuente en mi país en aquella época.
Uno de los momentos que más marcaron su infancia fue cuando el régimen comunista los obligó a todos a renunciar a su Fe.
La pena para quien no acataba esta norma era dura, la muerte o algún tipo de tortura serian las únicas opciones para cualquier rebelde.
Es muy entendible que por miedo tomemos decisiones que no haríamos en otras circunstancias y no se puede juzgar de cobardes a quienes, en esta situación, tuvieron que “renunciar” a su Fe para preservar su vida.
Sin embargo, dentro de este pequeño grupo de campesinos asustados, se destacó un señor, un anciano, que demostró tener una Fe inquebrantable que parecía no corresponder con su cuerpo frágil y avejentado.
Este viejito era Lee, el catequista de la villa. Él era querido y respetado por todos porque siempre había preparado a los niños para los sacramentos con mucho cariño y dedicación.
Pero como son las cosas, fue en este humilde y sencillo liderazgo que les cuento, que las “fuerzas del orden” vieron un peligro para su sistema político e ideológico.
La estrategia que se usó contra él fue la misma de siempre… Lee fue torturado… pero como milagrosamente logró resistir al maltrato, decidieron no matarlo para no hacer de él un mártir… así que prefirieron colocarle una enorme piedra en la espalda haciéndolo caminar día y noche por todo el pueblo para que las personas vieran, cuánto podían ser castigadas, si no obedecían.
Cuando después de tanta tortura Lee finalmente falleció, el efecto que su testimonio dejó en la población fue el contrario que el partido esperaba. La fe de las personas se restauró y sin desaparecer se ocultó de los ojos enemigos.
Mi mamá junto con otros niños, ex alumnos de catequesis de Lee asumieron este trabajo. La vida de Fe y la práctica catequética se comenzaron a hacer a escondidas como lo hacían los antiguos cristianos en las catacumbas.
Esa pequeña comunidad cristiana sobrevive hasta hoy gracias al sacrificio de Lee y yo como sacerdote soy prueba viva de ello…
Amigos, esta es la historia inspiradora que quería contarles hoy, la de Lee… y cómo lo narrado por el sacerdote dice todo, creo que no tengo nada más que agregar…
Uma história inspiradora em meio à tortura ideológica.
Era um domingo comum, tão comum quanto qualquer outro, onde o calor, o frio, o sol ou as nuvens no céu, são irrelevantes. No entanto, o que fez aquele dia especial foi a companhia de nossos amigos que, com muita gentileza, nos convidaram para almoçar em sua casa.
Nossos filhos brincavam no jardim, se divertindo, enquanto nós, adultos, nos entretínhamos contando anedotas na mesa, desfrutando de um delicioso almoço e uma taça de vinho.
Quando a tarde foi avançando chegou um pouco atrasado, um convidado muito querido por nossos anfitriões, mas que meu marido e eu não conhecíamos.
O motivo do atraso era por o convidado ser um padre, e foi o compromisso paroquial de celebrar missa ao meio-dia, o que o impediu de chegar no horário do almoço.
Foi quando, com gentileza, eu e Lucho nos colocamos em pé para cumprimentá-lo que notamos que ele tinha uma particularidade, era chinês.
Certamente aqueles que estão lendo este artigo vão rir do meu comentário dizendo-me que há muitos padres chineses, bem como de todas as outras etnias e que não há nada de particular nisso.
Sim, pessoal que eu sei disso, então, por favor, não me mal entendam, quando eu disse que era chinês eu estava me referindo à sua nacionalidade.
Ah! Mas, como assim? Se a China é comunista! pensaram...
Exatamente! E é para lá que eu quero dirigir minha história.
Ah, nós entendemos! vão me dizer, você vai nos contar a história inspiradora do padre chinês e sua vocação, em uma realidade tão difícil como essa.
Pois não. Não é essa história a que eu quero contar hoje e se a de Lee, uma pessoa que conheci através da narrativa deste padre e que compartilharei a seguir...
Foram tempos difíceis, difíceis para o corpo, mas principalmente para o espírito.
Minha mãe era uma criança e morava em uma cidade pequena longe de qualquer cidade.
Ela pertencia a uma família católica, como a maioria de seus vizinhos, o que já não era comum no meu país na época.
Um dos momentos que marcaram fortemente sua infância foi quando o regime comunista os forçou a renunciar à sua fé.
A pena para aqueles que não cumpriram essa regra foi dura, a morte ou alguma forma de tortura seriam as únicas opções para qualquer rebelde.
É compreensível que às vezes, por medo, fazamos escolhas que não faríamos em outras circunstâncias e não podemos julgar de covardes a os que, nesta situação, tiveram que "desistir" de sua Fé para preservar suas vidas.
No entanto, dentro deste pequeno grupo de camponeses assustados, teve um que se destacou, um senhor, um velhinho, que provou ter uma fé inabalável que parecia não corresponder com seu corpo frágil e envelhecido.
Este velhinho era Lee, o catequista da aldeia. Ele era amado e respeitado por todos porque sempre preparava as crianças para os sacramentos com muito carinho e dedicação.
Mas como são as coisas, foi nesta humilde e simples liderança que lhes conto, que as "forças de ordem" viram um perigo para seu sistema político e ideológico.
A estratégia usada contra ele foi a mesma de sempre... Lee foi torturado..., mas como ele milagrosamente resistiu aos maus tratos, decidiram não matá-lo para não torná-lo um mártir... então preferiram colocar-lhe uma pedra enorme nas suas costas fazendo-o andar dia e noite por toda a cidade para as pessoas verem, o quanto eles poderiam ser punidos, se não obedecessem.
Quando depois de tanta tortura Lee finalmente faleceu, o efeito que seu testemunho deixou sobre a população foi o oposto ao que o partido esperava. A fé das pessoas foi restaurada e sem desaparecer se manteve escondida dos olhos inimigos.
Minha mãe, junto com outras crianças, os ex-alunos da Catequese de Lee assumiram a sua missão. A vida de Fé e a prática catequética começou a ser feita em segredo como os antigos cristãos nas catacumbas.
Esta pequena comunidade cristã sobrevive até hoje graças ao sacrifício de Lee e eu, como padre, posso dar testemunho vivo disso.
Amigos, esta é a história inspiradora que eu queria contar hoje, a de Lee... e como o narrado pelo sacerdote já diz tudo, acho que não tenho mais nada a acrescentar...
con mi mamá acostumbramos escuchar la vida de los santos casi todos los días durante el almuerzo, y siempre que recordamos a los mártires, experimento sentimientos encontrados: nada justifica "la pena de muerte", sólo Dios es dueño de la vida y la respeta, incluso la de aquellos que toman la de otros (pares humanos), pero ofreció la vida (humana) de su propio hijo por la vida de las almas de sus "criaturas", elevándonos a una condición superior, ser hijos! incluso aquellos que, insisto, toman la vida de sus pares, y del otro lado, los mártires que "despecian" su propia vida humana por aquella que de todas maneras merecen, la vida eterna
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