Martha Palma Melena

Los ojos de Lucho me miraban con el mismo brillo de siempre.  Su sonrisa sincera y franca es uno de sus mayores atractivos para mi.  Su cabello negro, corto, era un reflejo de su personalidad seria y reservada que yo tanto admiro.   Amar a Lucho fue algo tan natural… él simplemente se dio a conocer, y esa personalidad que describí anteriormente no era la característica de quien esconde algo, sino todo lo contrario, era la expresión de alguien con un gran mundo interior, que con el desarrollo de un diálogo y una confianza bien cimentada me fue conquistando inevitablemente.   -       Luis aceptas a Martha como tu esposa para amarla y respetarla, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separe…   Cuando el sacerdote pronunció estas palabras el brillo en la mirada de Lucho se acentuó demostrándome lo consciente que estaba del consentimiento que asumía de nuestra unión.   Yo lo miraba también, y recordaba que para él yo fui un amor a primera vista, el mío a diferencia fue cr

  Era una tarde de primavera y con mi amiga Ana caminábamos por las calles de Gotinga.  Esta ciudad tenía algunas diferencias, aunque muchas semejanzas con mi querida Breslavia. La guerra había terminado y mi querido maestro me estaba colocando un nuevo desafío intelectual, algo que yo, evidentemente, acogí con mucha gratitud.   Como parte de un itinerario turístico de la ciudad que dentro de poco se convertiría en mi hogar debido al trabajo que se me estaba encomendando, Ana había puesto como parada obligatoria la visita a una catedral.   Ambas éramos racionalistas convictas, habíamos renunciado a nuestras heredadas creencias religiosas hacía mucho tiempo, por eso, dicha iglesia no tenía mayor atractivo para nosotros al no ser el de un museo.   El hermoso juego de luces que entraba por los vitrales a través de imágenes de personajes desconocidos me introducía en una atmósfera mágicamente agradable.  Las esculturas muy bien elaboradas por la pericia de algunos escultores eran admirable

    El atrio de la iglesia estaba lleno de gente.  Varios de los confirmandos eran mis vecinos.  La parroquia San Miguel Arcángel quedaba a pocas cuadras de mi casa. Entre mis invitados estaban mis papas, mis hermanos y mi madrina con su esposo.  No le había avisado a nadie de mi colegio sobre la ceremonia. Yo era una de las pocas alumnas que vivía al otro lado de la ciudad y raramente me visitaban. Mis papás eran bastante conocidos en la parroquia porque teníamos el buen hábito de ir todos los domingos a misa.  Confirmarme era algo que estaba haciendo por rutina sin mucha conciencia del sacramento que recibía. La misa aún no había empezado porque estábamos esperando la llegada del obispo cuando en medio de la multitud, vi a dos monjitas de mi colegio… -       Madre Ana María, madre Imelda, que alegría verlas, que coincidencia, ¿están aquí por algún motivo especial? -       Sí Martita, estamos aquí para estar presente en tu confirmación – me respondió con cariño la madre Ana María qu