Las notas de mi memoria en un cuaderno pentagramado (Microcuento en español y portugués)

 


Caminaba de la mano de Sabina por la vereda, observando con atención, las casas que había a ambos lados de la calle.

Las casas en esa urbanización eran todas iguales y la mayoría de las veces, esas casas, eran habitadas por parejas jóvenes que las compraban, cuando se casaban, a través de préstamos que parecían interminables.

La mayoría de los amigos de mis papás vivían es esa o en otras urbanizaciones parecidas y, en la medida que los años transcurrían y la situación económica de cada uno de ellos mejoraba, se iban mudando a otras regiones.

Continuábamos caminando y después de diez minutos de un recorrido por calles con casas idénticas a la primera, llegábamos a una en particular.

Esta casa tenía la pared pintada de amarillo y a pesar de su “generalidad”, tenía una “particularidad” que las otras no tenían… en su interior funcionaba una escuela de piano.

Sabina tocaba el timbre de la casa y la profesora que siempre nos recibía, intercambiaba algunas breves palabras con ella, mientras yo me sentaba a esperar durante algunos minutos que la alumna, con un horario anterior al mío, terminase su clase.

Carmela era el nombre de la profesora y era tan viejita como el nombre nos puede sugerir.  Tenía el cabello pintado de negro y como era viuda, siempre usaba la ropa del mismo color que su cabello.

La alumna que tenía horario antes que el mío, de la que no me acuerdo de su cara ni de su nombre, era una adolescente con varios años de clases y tocaba magistralmente, o por lo menos eso era lo que me parecía en aquella época.

¡Mi sueño era algún día tocar igual a ella!

La música me cautivaba y mientras la profesora me hacía aprovechar el tiempo anotando notas en un cuaderno pentagramado, yo me quedaba deslumbrada deleitándome con aquellas melodías.

Cuando mi clase finalmente comenzaba, yo siempre quería aprovechar cada minuto de la clase y aunque estas se repetían semanalmente nunca perdía el entusiasmo.

Estas fascinantes clases con la Sra. Carmela duraron casi dos años… aún recuerdo el día que llegando en casa con la con la novedad de que iba a comenzar a tocar una música a cuatro manos, mi mamá me dijo que Sabina ya no iba más trabajar con nosotros.

La mudanza de Sabina alteró nuestra rutina.  Ya no habría quien me lleve a las clases. Yo era muy pequeña para ir sola y después que mi mamá dejó de trabajar, tampoco fue posible continuar porque tuvieron que recortar los gastos del hogar.

El gusto por el piano y el deleite con la música no desaparecieron con el pasar de los años y ese sentimiento permaneció latente en mí.  Cuando me casé y el mayor de mis hijos cumplió 7 años las primeras clases particulares que tuvo fueron las de piano, mucho antes incluso de ponerlo en clases de inglés.  Lo mismo hice con mi segundo hijo y también con el tercero.

Solo después de varios años, deleitándome con la música que mis hijos comenzaron a tocar en el piano de nuestra casa, comprado con mucho esfuerzo, fue que pude retomar mis clases de la infancia…


As notas da minha memória em um caderno pentagramado (4) (Micro conto em português)

Caminhava pela rua do lado da Sabina, observando com atenção, as casas que estavam em ambos lados da rua.

As casas nesse bairro eram todas iguais e em sua maioria eram habitadas por casais jovens que as compravam quando se casavam, através de empréstimos que pareciam intermináveis de pagar.

Os amigos dos meus pais moravam em empreendimentos semelhantes e, quando com o passar dos anos, a situação econômica de cada um deles melhorava, acabavam mudando-se para outras regiões mais favorecidas.

Continuávamos caminhando e finalmente depois de dez minutos de um recorrido pelas ruas cheias de casas idênticas, chegávamos a uma em particular.

A casa tinha muros amarelos e mesmo na sua “generalidade”, tinha uma “particularidade” que as outras não tinham... no seu interior tinha uma escola de piano.

Sabina tocava a campainha da casa e a professora que sempre nos recebia, trocava algumas breves palavras com ela, enquanto eu esperava sentada, por alguns minutos, que a aluna do turno anterior terminasse sua aula.

Carmela era o nome da professora e ela era tão velha quanto o nome pode sugerir.  Seu cabelo era pintado de preto e por ser viúva, sempre usava as roupas da mesma cor que seu cabelo.  

A aluna do turno anterior, da qual eu não me lembro do rosto nem do nome dela, era uma adolescente com vários anos de curso que interpretava o piano de forma magistral, ou pelo menos era o que eu pensava na época.  

Meu sonho era, um dia, interpretar o piano igual a ela!  

A música me cativava e enquanto a professora me fazia aproveitar o tempo escrevendo notas musicais em um caderno com pentagramas, eu ficava a me deliciar com aquelas melodias.

Quando a minha vez finalmente chegava, sempre fazia questão de aproveitar cada minuto da aula e embora elas se repetissem semanalmente eu nunca perdia o entusiasmo.  

Essas fascinantes classes com a Sra. Carmela tiveram uma duração de aproximadamente dois anos… ainda lembro o dia que chegando em casa com a notícia de que iria a tocar uma música a quatro mãos, minha mãe me contou que a Sabina já não mais iria a trabalhar com a gente.

A mudança da Sabina alterou nossa rotina. Eu já não teria alguém para me acompanhar nas aulas.  Eu era ainda criança e depois que minha mãe parou de trabalhar também não foi possível continuar com o piano porque tendo que recortar as despesas da casa, não havia dinheiro suficiente para custear outra atividade.

O prazer pela música e pelo piano não sumiu com os anos e aquele sentimento permaneceu vivo no meu interior.  Quando me casei e o mais velho dos meus filhos completou 7 anos, as primeiras aulas extracurriculares que recebeu foram as de piano, bem antes das aulas de inglês.  O mesmo aconteceu com meu segundo e com meu terceiro filho.

Somente depois de vários anos, deleitando-me com as músicas que os meninos começaram a interpretar no nosso piano, comprado com bastante sacrifício, foi que consegui retomar minhas aulas da infância.

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