Cuento dominical (microcuento en español y portugués)
La misa del domingo al mediodía, en la parroquia cerca de casa, estaba siempre llena de gente. A mi mamá le encantaba llegar temprano y sentarse en las primeras bancas cerca del altar.
A mí en particular no me gustaba ese lugar de destaque porque si yo, o alguno de mis hermanos nos reíamos por algo, las viejitas que en su mayoría tenían la misma costumbre de mi mamá, comenzarían a mirarnos con ojos inquisidores o harían algún comentario entre ellas de cómo éramos malcriados.
A pesar de esos pequeños sinsabores, a mí me gustaba ir a misa. El padre Jerónimo, un gran amigo de la familia, celebraba las misas en ese horario y como tenía una enorme paciencia con los pequeños feligreses, se hacía de la vista gorda con los comentarios de las viejitas cucufatas.
Yo siempre fui una persona curiosa, solicita y preguntona, así que de tanto insistirle, mi mamá, ese día, había logrado que me escogieran para recoger la limosna. Mientras caminaba pasando la colecta por cada una de las bancas, veía que algunas personas entregaban algo de lo poco que tenían, otras como yo, lo que les sobraba.
Cuando llegué al lugar donde mi papá estaba sentado, él sacó un billete y con mucha discreción lo colocó en la canasta para que nadie lo vea. Antes, nunca le había prestado atención a ese gentil gesto, solo que no pude dejar de pensar en la cantidad de golosinas que hubiera podido comprar con ese dinero.
Cuando la misa finalmente acabó yo aun pensaba en aquellas golosinas, así que me acerqué a él y, cogiéndolo de su mano le pregunté porque había sido tan generoso en su ofrenda.
Él me respondió.
- Hijita, ¡Diosito es tan bueno con nosotros…! Por qué no compartir un poco de lo mucho que Él nos da con los necesitados de la parroquia…
En esa época la situación económica de mis papás no era extremadamente holgada, por eso descubrí ese día, que la gratitud y la generosidad son virtudes que necesitan ser aprendidas con el ejemplo. Muchos otros pequeños gestos como este, que recuerdo de mi querido papá, fueron forjando mi carácter en mi camino incesante por la búsqueda de la felicidad…
Um dia de domingo
A missa dominical ao meio-dia, na paróquia perto de casa, estava sempre cheia. Minha mãe adorava chegar cedo e sentar-se nos primeiros bancos perto do altar.
Eu de forma particular, não gostava daquele lugar de destaque, porque se eu, ou qualquer um dos meus irmãos fizéssemos alguma brincadeira, as velinhas que na maioria das vezes tinham o mesmo costume que minha mãe, começariam a olhar para nós com olhares severos ou fazer algum comentário entre si sobre como éramos mimados.
Apesar desses pequenos problemas, eu gostava de ir à missa. O Padre Jerónimo, grande amigo da família, celebrava as Missas nesses tempos e, como tinha uma enorme paciência com os pequenos paroquianos, fechava os olhos aos comentários das velhinhas.
Sempre fui uma pessoa curiosa e prestativa, e de tanto insistir-lhe, minha mãe, naquele dia, tinha conseguido que me escolhessem para a colheita. Ao passar por cada um dos bancos, vi que algumas pessoas davam um pouco do pouco que tinham, outras como eu, o que lhes restava.
Quando cheguei ao lugar onde meu pai estava sentado, ele pegou uma nota e muito discretamente a colocou na cesta para que ninguém a visse. Antes, eu nunca tinha prestado atenção naquele gesto gentil, só que eu não conseguia parar de pensar em quantas guloseimas poderia ter comprado com aquele dinheiro.
Quando a Missa finalmente terminou, eu ainda estava pensando naquelas guloseimas, então me aproximei dele e, tomando-o pela mão, perguntei-lhe por que ele tinha sido tão generoso em sua oferta.
Ele me respondeu.
Naquela época a situação econômica dos meus pais não era extremamente confortável, então descobri naquele dia, que a gratidão e a generosidade são virtudes que precisam ser aprendidas pelo exemplo. Muitos outros pequenos gestos como este, que me lembro do meu querido pai, foram forjando o meu caráter no meu caminho incessante na busca da felicidade...
Muito bom exemplo!
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